27 feb 2009

Fuego

La habitación estaba casi a oscuras. Desde afuera, un rayo de luz iluminaba sus ojos. Su mirada intensa me hacía sentir nerviosa, como nunca. Yo también lo miraba y el tiempo parecía haberse detenido. Mi respiración, casi inexistente, me hacía notar lo mucho que mi corazón saltaba dentro de mi pecho.

Decidió acortar la distancia entre nosotros y todos los músculos de mi cuerpo se tensaron. Éramos sólo lo dos en el mundo. Noté una pequeña duda en sus movimientos, como queriendo medir los míos, hasta que de pronto sentí su aliento a unos milímetros de mi boca. Esto me puso más nerviosa y al mismo tiempo deseé su aliento unido al mío. Me miró una última vez y como leyendo mis pensamientos, me besó. Su beso fue maravilloso. Sentí como si nunca nadie me hubiera besado antes. En ese momento, redescubrí el placer. La libido recorría todo mi cuerpo.

Sus manos encontraron mis brazos acariciándolos, encontraron mis hombros, mi espalda, mi cintura. Su tacto era muy delicado y excitante. De pronto su boca estaba en mi cuello y me supe perdida. El placer me obligó a tirar la espalda, brazos y cuello hacia atrás, lo que le dio acceso a nuevas partes de mi cuerpo, aún inexploradas por su deseo.

Todo era fuego. Sus labios que besaban ahora mis pechos, bajaron a mi abdomen. No podía resistir más: quería que sus manos quemaran toda mi piel y erizaran hasta el último vello de mi cuerpo. Me volvía loca con sus movimientos suaves. Mi pasión anhelaba movimientos desenfrenados.