Tengo un recuerdo muy particular de mi padre que se asentuó con los años:
Recuerdo que mi padre casi siempre tenía que hacer una llamada telefónica antes de salir a trabajar y su perfume quedaba en toda la habitación donde estaba el teléfono en el primer piso de mi casa, pero especialmente se quedaba impregnada deliciosamente en el auricular de aquel teléfono.
Era un olor que me encantaba. Un olor que me hacía sentir muy bien con respecto a mi padre y al mismo tiempo me hacía extrañarlo. En mi mente lo abrazaba, me cargaba y yo le daba un beso en la mejilla, como cuando era pequeña.
Lo siguiente que se adhiere a ese recuerdo es el regreso a casa de mi padre:
Subía a mi habitación a saludarme y ya no tenía ese olor tan agradable. En su lugar, al darle el beso en la mejilla, yo podía sentir el olor a calle, a contaminación, a combi, a centro de Lima.
Este último olor no era repulsivo, pero me daban muchas ganas de que llegara la siguiente despedida.